"Una de las que quemó el muñeco es María Laura Bretal, a ella mi hijo le daba de comer cuando estaban detenidos en el campo de concentración (…) Y ahora ella viene y hace esto. Y bueno, se sacaron la careta.
Así es la izquierda, siempre funcional a la derecha".
(Hebe Pastor de Bonafini)
“Es falsa la acusación, no fui parte de la organización de la marcha ni mucho menos partícipe
del acto a que se refieren (…) La quema del genocida Milani y el agravio a Hebe y las Madres,
me consta que no era parte de las acciones acordadas por la Multisectorial.”
(María Laura Bretal, exdetenida desaparecida de La Cacha)
Saltaste, muñeco. Con qué
bravura saltaste. Con qué irreconocible ira saltaste, muñeco. Como si te
hubieran tocado una fibra íntima, como si realmente se te hubiera abofeteado la
moral.
Pero, ¿sabés? Yo no te
creo un carajo. No, al menos, en ésta.
No sé si te importa, pero
igual te voy a contar algo importante. Hace veinte años fuimos varios los que,
viendo a esa mujer robusta, enojadamente robusta, encabezando una legión de
madres con pañuelos blancos en la cabeza desafiando a la cana, a los
funcionarios, a los jueces y hasta a las cámaras de televisión, chantándoles la
verdad en la cara y denunciándolos, a todos, por corruptos sin principios y
vasallos del genocidio; empezábamos a estar con ella.
Ahí, frente a esos
sicarios que indultaban, que posados sobre obediencias debidas decretaban
puntos finales sin presunto retorno. Cantándoles las cuarenta. Porque lo único
que teníamos era eso, las gargantas para cantar las cuarenta.
Y ahí fuimos, con ellas. A
veces éramos veinte, otras éramos cien. Pocas veces, tal vez cada un año en la Marcha de la Resistencia ,
alcanzábamos los cientos. Eso sí, los 24 éramos muchos más. La memoria inquieta
y la impunidad reinante agitaban las cabezas y éramos varios miles yendo de
Congreso a Plaza de Mayo. Por Memoria, Verdad y Justicia. Hace ya veinte años.
¿Y sabés una cosa? En esos
tiempos perros, de Primer Mundo y desocupación, de represión e impunidad,
Néstor, Cristina, Aníbal, Florencio, Daniel, Oscar, Carlos, Alicia y muchos más
se dedicaban a pergeñar ese Primer Mundo desocupado y esas represiones impunes
junto al “mejor presidente de la historia”, como le dijo el finado en 1994 al
riojano en un acto en Río Gallegos.
Me vas a decir que no,
claro. O que sí pero ya no. O que no estoy diciendo toda la verdad. O que… Pero
no importa lo que digas. El sol no se tapa con las manos, muñeco. Ni mucho
menos con los mocos. No importa lo que digas porque eso fue así. Aunque ahora
despotriquen contra los nefastos noventa, contra esa década infame de la que
supieron salir por la ventana para recauchutarse más tarde y volver como si
fueran avezados redentores.
Nosotros estuvimos ahí. En
1996, cantando junto a ellas en Plaza de Mayo “paredón paredón a todos los
milicos que vendieron la nación”. En cada escrache callejero organizado con los
nacientes HIJOS. Estuvimos en 1998, cantando “PJ, Alianza, la impunidad avanza”
cuando los Menem, los Alfonsín, los Álvarez, los Meijide, los Kirchner, los Saadi,
los De La Sota ,
los Duhalde y los demás se hacían los demócratas y derogaban las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, pero sin anularlas. Gracias a esa fantochada
quienes se tenían que cuidar eran los genocidas del futuro pero no los de carne
y hueso que caminaban por las calles vivos y coleando. Marchamos ese año, hace
17. De Congreso a Plaza de Mayo. Y ahí, me acuerdo, la señora robusta,
enojadamente robusta, pañuelo en alto, les gritaba a todos los partidos del
régimen podrido que se vayan a la mierda y que los íbamos a ir a buscar hasta
debajo de la cama como a ratas cómplices de tanta desaparición, muerte y
ultraje. Ella gritaba que no había que pagar una deuda externa que no era
nuestra. Ella abrazaba a cuanto roto y descocido por el régimen podrido se caía
por los costados. Ella le daba sus pañuelos a los de Zanon, a los desocupados
del norte y del sur, a las madres doloridas por la mamadera seca, a los zurdos
que eran encarcelados por encarnar, como ella decía, nada menos que a sus
propios hijos. Yo la vi, también, llorar por cada uno de nuestros muertos. Por
las balas peronistas y radicales, desde Víctor Choque a Maxi y Darío.
Ahí cantábamos, junto a
ella, “ni olvido, ni perdón, ni reconciliación”.
Y entre todas y todos los
que no nos dejábamos engañar nos fuimos a las plazas, nos comimos los palos y
las balas pero al final vimos rajar en helicóptero a la fracasada derecha
socialdemócrata. Y vimos venir después, no sin estupor, al capanga Duhalde,
elegido “democráticamente” por los mismos que venían haciéndonos la vida
imposible. Y estuvimos ahí, con ellas, con la legión de madres que para ellos seguían
siendo locas. Estuvimos y bancamos. Porque había que bancar a las de Buenos
Aires pero también a las de La
Plata , que eran perseguidas por Julio Alak. Y a las de
Neuquén, que eran golpeadas por el MPN. A las de Formosa, que eran basureadas
por Insfrán (sí, ya gobernaba el asesino Gildo). A las de La Rioja , fustigadas por el
menemismo primitivo. Y también a las de Santa Cruz, a las que el bien peronista
gobernador Néstor Kirchner apaleaba en pleno centro de Río Gallegos. ¿Esa no te
la contaron? Preguntá.
Pero estuvimos hasta que
no dio para más. Cuando la señora robusta empezó a sonreir mirando a la
Casa Rosada y empezó a enojarse,
robustamente, con quienes hasta hacía tan poco prendíamos fuego las calles con
ella, tuvimos que seguir. Sin ella.
No te confundas, muñeco. Sin
ella, no sin ellas. Porque las de Neuquén siguen firmes contra el MPN. Porque
Elia, Nora, Mirta, María de Rosario, Inés, Lolin, Marcela, hasta hace poco
Lucrecia (que se nos fue) y tantas más siguen levantándose cada mañana
dispuestas a ir donde las llame una nueva injusticia, una nueva violación a los
derechos humanos actual, un nuevo ataque a los explotados y oprimidos. Y cada
una de ellas, antes de salir, se anuda nuevamente el pañuelo blanco en su
cabeza. El pañuelo que no está manchado.
Ellas marchando contra la impunidad de ayer y de hoy (24/03/15, Buenos Aires) |
Pero, claro, capaz esos
nombres te resulten extraños y hasta desconocidos. Es que la señora robusta,
con la que vos tantas buenas migas hacés hoy, ya dejó atrás esas luchas en
común. Por que entendió, quizás, que el “ni un paso atrás” significaba darle
para adelante te lleve quien te lleve y a costa incluso de pisar a los
nuestros.
Y sí. Hace años estamos
sin ella. Pero con ellas. Siempre lo estuvimos. Y aunque ella tenga más prensa
(comprada y no) y se haya quedado con la simbología añeja, cruzó una barrera
que parece que nos va a separar para siempre. Ella cruzó la barrera de la
independencia. Ella se hizo funcionaria, multimillonaria. Y se metió adentro.
No sale a la calle más que para ir a la Casa
Rosada , a sentarse en la primera fila del poder. Poder
peronista. Poder peligroso.
Y es como dice el viejo Bayer,
al caer en la cuenta que ella no tiene vuelta: "Los organismos de derechos
humanos tienen que mantener esa línea de independencia. Y Hebe llevó a la
perdición a las Madres cuando las hizo oficialistas". Claro como el agua.
¿Sabés por qué te cuento
esto, muñeco? Porque vos no lo sabés. Porque vos estuviste jugando al fin de la
historia en los 90 y mirabas a esas locas de la legión con ojos temerosos. Temías
que te contagien su virus setentista, demodé. Porque vos dijiste “que se vayan
todos”, pero cuando pusieron a Duhalde te quedaste piola y no moviste nunca más
las patas. Porque vos viste a Kirchner y su parloteo dulzón y te desparramaste
en un orgasmo que te nubló la vista. Que te bajo un cuadro, que te regalo la ESMA , que te pongo una
inmobiliaria a tu nombre. Y así saliste de la huevera y te fuiste “al barrio”,
con papá y mamá contentos de que por fin te hacías progresista. Y te pusiste la
remera. Y te anotaste con puntualidad. Y te portaste tan bien que te ganaste el
puesto con el que todo arranca. Y cobraste, con intereses y todo. Y ganaste. Y
entonces Néstor pasó a ser el Che y Cristina pasó a ser La Pasionaria. Y si
encima lo decía la señora robusta, alegremente robusta, no había por qué dudar.
¿No, muñeco?
Por eso en 2006 cuando se
chuparon a Julio López y ella dijo por algo habrá sido vos miraste para otro
lado y cerraste los ojos cuando los murales te escupían la silueta con gorra de
albañil. Y cuando en 2009 se chuparon a Luciano Arruga y ella no dijo ni mu vos
te hiciste el sordo y ni escuchaste a Vanesa, la hermana de Lu, que gritaba
hasta enronquecer. Y cuando en 2010 reventaron inmigrantes en el Indoamericano,
al ladito de uno de los barrios privados de la señora robusta, y ella no
apareció vos justo estabas escuchando cómo inauguraban un jardín de infantes en
Puerto la Mierda
y se te volvió a nublar la vista. Y en 2010 también, cuando el amigo de Néstor
asesinó a Mariano Ferreyra y ella medio como que hizo una mueca vos hiciste la
mueca con ella y a otra cosa mariposa. Y cuando a fines de ese mismo año el terrorista
Insfrán se cargó a varios hermanos qom y ella preguntó “¿qué mierda es qom?”
vos pusiste 678 para no enterarte de nada.
Y cuando Clarín le hizo al
gobierno la vendetta que a la larga hace todo mafioso y sacó a la luz el
escándalo Schocklender con millones robados, ahí ella dijo que la querían cagar.
Y te cagó, porque no te quedó otra que decir que la querían cagar.
Lo que no sé, muñeco, es
qué hiciste cuando la señora robusta, sin el pañuelo a cuestas, se abrazó al
genocida buen mozo, se sacó una selfie vomitiva y publicó una historieta con
formato de entrevista.
La Madre y el Genocida |
Tampoco sé qué hiciste,
muñeco, cuando ella le regaló el pañuelo, que usa cada vez menos, al mismísimo
Aníbal Fernández, responsable de represiones y muertes. Al amigo de cuanto
comisario represor anda por ahí dando submarino seco.
Yo no sé lo que hiciste
esas veces, muñeco. Pero ahora te vi saltar. Con bravura, con irreconocible ira,
como si te hubieran tocado una íntima fibra, como si realmente se te hubiera
abofeteado la moral.
Ahora saltaste porque un
puñado de hijos de desaparecidos, unos salames consuetudinarios, te la dejaron
servida. Estabas esperando que alguien, de este lado, pisara algún palito para
descargar tu histeria. Y sí, salames hay en todos lados.
Pero no podías dejar de
ser previsible. Sacás pecho y brabuconás una defensa tenaz de la señora robusta
sólo para tapar con tus ladridos el llanto de la madre de Ledo, el grito sordo
de López, la desgarrada agonía de Arruga. Pavoneás tu “horror” por el muñeco
infantilmente quemado de la
Madre y el Genocida mientras la sangre se sigue derramando y
arma charcos de coágulo a tu alrededor.
Tan poco te importan la Verdad y la Justicia que un cartón
pintado te resulta más ofensivo que las reuniones de la señora robusta con el
partícipe del Operativo Independencia, con el firmante de deserciones fraguadas,
con el torturador y desaparecedor César Santos Gerardo del Corazón de Jesús
Milani. Tan poco te importa la
Memoria que un foco igneo estúpido te resulta más alarmante
que la tranza traidora de la señora robusta con el generalato nacido en los chupaderos
de sus hijos. Tan poco tenés que ver con la lucha por los derechos humanos que
te resulta muy fácil levantar los dedos en V y hablar de liberación con los bolsillos
bien llenitos.
Ahora podés fotografiarte
con ella, con su pañuelo manchado y su billete de cien. Podés comprarte una
bolsa de memoria y pegarte un viaje a la revolución y volver cuando quieras.
Podés calzarte la boina roja y jugar con pistolas de cebitas a que estás
cambiando el mundo. Y hasta podés inventarte una historia junto a ella como la
que tuvimos nosotros.
Pero ojo, la verdad es
revolucionaria, muñeco, y a vos te rodea una montaña de mentiras.
Hebe, la de verdad, se está
quemando sola hace años. Como dice Bayer, ahora la señora robusta hasta dice
que los parias que pueblan las villas son villeros porque quieren. De aquella
Hebe, la enojadamente robusta que luchaba contra todo, ya no queda más que un
poncho, un par de lentes negros y un pañuelo tiempo compartido con ministros y
jerarcas.
Ella sabrá si ahora olvida
y perdona. Nosotros sabemos que ahora se reconcilia. Y hasta ahí llegamos.
A la Hebe de cartón, que come
sapos de la mano del genocida, la quemó un grupo de salames con poco tacto.
Salames que, paradójicamente o no, son nietos de esa madre que come sapos de la
mano de un genocida. Nietos que, de todos modos, ya son grandes y se hacen
cargo de sus berrinches. No vamos a ser nosotros los que les digamos que hagan
o dejen de hacer lo que quieran. A costa, incluso, de que quieran blandir
encendedores.
Pero vos, muñeco, ¿vos por
qué te prendés?
A la memoria de Alberto Agapito Ledo, el "muñeco" quemado por César Milani |
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