A propósito del 7 de junio, Día del Periodista en Argentina
¿Por qué nadie se pregunta por el sentido de la existencia
del periodismo? Simplemente la gente lee los diarios y escucha los noticieros y
siente que se está informando, que hay alguien en algún lugar que se encarga
por ellos de saber qué pasa y contarlo. Pero vivimos en una sociedad donde una
clase minoritaria tiene todo en su poder y donde una enorme mayoría no tiene
más que la posibilidad de ser explotado a cambio de su subsistencia. Es en esa
sociedad, dividida en clases, con explotadores y con explotados, donde algunos
ocupan ese lugar privilegiado de “saber qué pasa y contarlo”. Son los supuestos
personajes neutrales que, cuales dioses del Olimpo, ven todo lo que pasa en la
tierra, lo analizan y después dictan sentencia sobre lo bueno y lo malo.
Vivimos en un mundo en el que la palabra del periodista suele valer más que la
de un albañil, la de una enfermera o la un empleado de comercio. Y hasta el
mismo periodista se lo cree y asume el rol, encabezando hasta la más vil mentira
si es necesario para que la gente sepa “lo que hay que saber”.
La pregunta es válida, toda vez que el periodismo nos
demuestra día a día que se puede ser poderoso vendiendo la palabra al mejor
postor. Si toda la tarea periodística se va a basar en recibir las órdenes,
decorarlas y producirlas para entregarlas acríticamente todos los días a la
misma hora y por el mismo canal, es legítimo pensar si realmente sirve para
algo sostener al periodismo y sus periodistas, comprarles sus diarios, sintonizar
sus emisiones y consumir sus supuestas verdades. Porque, en última instancia,
si no nos van a decir la verdad, ¿para qué les tenemos tanto respeto?
Porque vemos esa sociedad divida en clases, y no nos
gusta. Porque somos parte de esa parte de la sociedad que, en la división, se
llevó la peor parte. Porque de a poco fuimos entendiendo que entre lo que se
hace y lo que se dice hay una relación dialéctica. Porque nos mintieron muchas
veces. Porque nos acallaron. Porque cuando gritamos nos dieron con el fierro en
la cabeza. Y porque sabemos que si todos supiéramos la verdad estaríamos en
muchas mejores condiciones para pelear por recuperar todo lo que nos
pertenece. Porque nos permitimos imaginar un mundo radicalmente opuesto a esta
miseria. Y por eso luchamos.
Y así, medio volando y medio bailando, nos convertimos en
responsables de contar. Porque vemos la verdad delante de nuestros ojos (que no
son tan distintos a los del albañil, a los de la enfermera, a los del empleado
de comercio) y ellos no la terminan de ver. Porque fueron bombardeados durante
tanto tiempo con la lacra mentirosa y maloliente que hoy les cuesta creer que
es posible otra historia. Una historia propia, donde ellos sean protagonistas y
donde el explotador, y el represor, y el capitalista, sean confinados al más
merecido bajofondo.
Eso sí, la verdad, que es revolucionaria, tiene que ser bien
contada, con las mejores palabras, con las más bellas expresiones, con lujos de
detalles. No podemos caer presa de acostumbramientos. Por una sencilla razón:
la explotación no va terminar porque digamos las cosas más bonitas, pero a los
explotados sí les interesa luchar por algo que valga la pena, algo bien
distinto a la gris monotonía de los gerentes y los gendarmes marcando el paso.
¿Qué periodistas para qué periodismo?
¿Qué periodistas para qué periodismo?
Atentos, para que no nos pase de largo la verdad. Curiosos,
para que cuando la encontremos le saquemos hasta la última gota de sentidos.
Fuertes, por si hay que correrla. Desconfiados, por si se entrega sin
resistencia. Abiertos, para enamorarnos de ella si es preciso. Locos, para
animarnos a contar hasta aquello que nos lastima.
Hace falta ese periodismo. Un periodismo que no piense en sí
mismo sino en las mayorías. Un periodismo que no se crea imprescindible. Un
periodismo que se nutra del sufrimiento y las penurias de las masas. Un
periodismo convencido de dar la batalla por dar vuelta la historia, aportando
lo que sabe. Que cuente lo mejor posible, cada vez a más personas, la verdad que va
construyendo el pueblo trabajador en su lucha cotidiana por dejar de,
solamente, subsistir.
Un periodismo asociado estratégicamente a las mayorías acalladas. Un periodismo que, en la inevitable hora de elegir y tomar partido, lo haga por los trabajadores y los sectores populares.
El periodista deberá ser un trabajador de prensa, ocupando un lugar tan privilegiado como peligroso y violento. Un trabajador, como el albañil, como la enfermera, como el empleado de comercio. Si no lo es, aunque sea un maestro de la palabra, estará confinado a la triste tarea (muy bien remunerada) de defender al sistema de opresión y explotación que lo ha empleado.
Un periodismo asociado estratégicamente a las mayorías acalladas. Un periodismo que, en la inevitable hora de elegir y tomar partido, lo haga por los trabajadores y los sectores populares.
El periodista deberá ser un trabajador de prensa, ocupando un lugar tan privilegiado como peligroso y violento. Un trabajador, como el albañil, como la enfermera, como el empleado de comercio. Si no lo es, aunque sea un maestro de la palabra, estará confinado a la triste tarea (muy bien remunerada) de defender al sistema de opresión y explotación que lo ha empleado.
Entonces, feliz día a todas y todos quienes trabajan por ello...
* Se agradece a Nicolás Vigarelli por el aporte de la cita de Rosa Luxemburgo.
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